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Mayo - Junio 2025
Vocación y trascendencia

No es raro encontrar compañeras que afirman que la valoración de las creencias y valores es una cuestión íntima de cada persona y por ello hay que recoger información solo si ésta la facilita por su propia iniciativa. Y ahí comienza probablemente la cascada de circunstancias que desencadena un alejamiento de la dimensión espiritual de la persona a la que cuidamos. Los motivos pueden ser diversos, destacando la visión reduccionista del cuidado de la persona, centrándose solo en las dimensiones físicas, biológicas o relacionadas con la corporeidad a las que únicamente se aproxima mediante técnicas y procedimientos técnicos; también la dificultad del profesional para ahondar en la espiritualidad, entendida como trascendencia, tanto propia como ajena.
Enfoques profesionales caracterizados por el utilitarismo extremo pueden facilitar, e incluso promover, el alejamiento de la espiritualidad entendida por esta corriente bioética como antítesis a sus presupuestos teóricos y prácticos.
Más allá de la religión
Es relevante hacer un llamamiento a la vocación profesional plena desde una mirada de la bioética personalista, la cual comienza precisamente por el respeto a la dignidad de la persona humana. Y no puede haber consideración real a la dignidad humana sin tener en cuenta su naturaleza ontológica, es decir, como atributo a la esencia misma del ser humano. Así, una persona podrá tener enfermedades, o ver mermada su autonomía funcional o cognitiva por una demencia, pero siempre será portadora de dignidad, la cual podrá estar más o menos amenazada según su vivencia espiritual.
Valorar la dimensión espiritual es mucho más que conocer la religión de la persona. Supone conocer el sentido de la vida de la persona y los valores que la sustentan. Esto es lo que hace que su vida sea más o menos plena, y en no pocas ocasiones constituye el resorte que facilita la recuperación de su experiencia de sufrimiento. Cuidar de manera integral exige entrar en el mundo espiritual de la persona, en ocasiones transcendiendo con esta a través de la empatía hasta lugares de su “yo” donde se encuentra el germen de muchos de sus problemas, y también la esperanza de un acompañamiento verdadero.
Entrar en el “yo”
No es posible un acompañamiento auténtico y positivo sin que el profesional haya experimentado su propia espiritualidad. En ocasiones se debe a sus propios miedos, lógicos y humanos, pero que hay que afrontar eficazmente, si es necesario con ayuda, para poder completarse como cuidador y como acompañante. También la dificultad podría radicar en la falta de un entorno profesional y humano que lo facilite, donde nos veamos a nosotros mismos como “bichos raros”. Solo así, trascendiendo lo meramente material, podremos contemplarnos y contemplar a la persona de manera integral, e integrada en esa dimensión espiritual que compartimos todos los humanos. Solemos pensar que solo los fármacos y los aparatos médicos pueden salvar vidas. En momentos donde la cortina de la ciencia se descorre porque no tiene recursos propios para hacer frente a la curación de la enfermedad, el abordaje más relevante y humanizador que existe es el espiritual.
Se nos olvidan las veces en que las personas a las que cuidamos, después de mantener una charla profunda con nosotros, donde nos hablan de sus problemas relacionados con valores, con el sentido de su experiencia de sufrimiento, nos verbalizan que solo con escucharles les hemos salvado la vida. Cuidar la espiritualidad también salva vidas, pero sin sondas, ni catéteres, sino con el corazón y la compasión.