Revista Humanizar

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Lo imprevisible: el vértice humanizador entre el miedo y la esperanza

Donde otros ven sólo miedo y amenazas, García Aller divisó la oportunidad. Su libro Lo imprevisible (Planeta, 2020) es un alegato a un humanismo tecnológico lleno de esperanza hacia el futuro. Tras retratar el cambio radical que están sufriendo las sociedades actuales a raíz de la automatización en su libro El fin del Mundo tal y como lo conocemos (Planeta, 2017), en el que abordaba principalmente el futuro del empleo, la periodista se dio cuenta de que lo que más preocupaba a la gente era el futuro de las actividades que desempeñaban. “Si se automatiza todo, ¿para qué servimos los humanos?”, le preguntaba la gente en las charlas y presentaciones del libro, según contó en entrevista con la revista Humanizar. “La pregunta era a veces táctica, para descubrir qué carreras debían estudiar sus hijos, y a veces filosófica; la gente quería saber de dónde venimos, a dónde vamos y para qué servimos”.

“Y entonces me di cuenta de que la respuesta siempre era la misma y que no debíamos preocuparnos: lo que se automatiza o se va a automatizar van a ser las rutinas”. Y aquí está la buena noticia, según García Aller: “Las máquinas sólo aspiran a ser mejores que los humanos -y en algunas tareas lo consiguen- cuando se trata de rutinas. El algoritmo, el procesamiento masivo de datos y la inteligencia artificial  automatizan rutinas realmente sofisticadas, pero todo lo que no sea una rutina, donde entra en juego el factor de lo imprevisible, de la incertidumbre, ahí es donde vamos a seguir haciendo falta los humanos siempre”, afirma.

¿Podemos evitar el miedo? Difícil. “Claro que desconcierta y da vértigo ver que el mundo cambia tanto” y a tal escala, asegura. “Pero cuando nos salimos del carril es cuando tenemos que improvisar. Y las máquinas no saben improvisar”. “Lo imprevisible va a seguir siendo algo esencialmente humano”, constata.

La pandemia: la tragedia imprevisible que nos “rehumanizó”

El ejemplo más palpable no puede ser más actual. Lo imprevisible no es el futuro. Es el presente. Es una pandemia que golpeó a la humanidad de forma brutal e inesperada. Una pandemia en la se ha visto cómo la automatización ha permitido el desarrollo de vacunas en menos de un año para enfrenta desafíos que no habrían sido nunca posibles sin tecnología. Pero también ha revelado algo crucial: “Que el factor humano en la salud es más importante que nunca”, asegura la autora. “La tecnología es la parte facilitadora de las relaciones humanas”.

“La pandemia ha sacado a relucir una gran paradoja: la necesidad de socialización es la que hace que el virus se transmita porque necesitamos el contacto y, por más que intentamos evitarlo somos animales sociales; pero por otro lado es esa capacidad de colaborar permite que consigamos vencer al virus y desarrollar las vacunas, los tratamientos, las estrategias”, asegura.

«Las máquinas se encargarán de lo previsible; los humanos, de todo lo demás»

García Aller estructura su libro en dos partes. Por un lado, en aquellos sectores que el big data  y la inteligencia artificial avanzan a un ritmo vertiginoso al ser rutinarios y previsibles; por otro, aquello imprevisible que por serlo se resiste a esa automatización y que seguirá siendo feudo humano.

El reparto no es evidente. Ámbitos que a primera vista uno clasificaría en lo humano caen del lado de lo previsible, como la confianza o incluso el amor y el sexo. La reputación digital mediada por algoritmos como base para la elección de todo tipo de objetos y servicios -desde el restaurante donde vamos a comer o la canguro para cuidar a nuestros hijos- hace que la confianza sea automatizable. También el amor y el sexo pueden serlo, ante el auge de las redes sociales para ligar o de la robótica sexual capaz de recopilar datos y satisfacer deseos mejor que otro ser humano.

Y es donde García Aller lanza un grito a lo imprevisible, que es un grito humanizador: en el primer caso, corremos el riesgo de perder el espíritu crítico; en el segundo: podemos gozar de satisfacción física, pero el deseo necesita de lo imprevisible e inesperado.

Los viajes, la seguridad o la salud son otros ámbitos donde la tecnología avanza a marchas forzadas al permitir la automatización a gran escala. Pero cuidado: “La parte más interesante de la historia empieza cuando uno se desvía del camino”, sostiene la autora, que lanza fuertes advertencias sobre las repercusiones de una automatización absoluta en el ámbito de la salud -que podría poner en riesgo la diversidad de la selección natural- o de la seguridad -con el uso de killer robots o robots asesinos-. “Hay decisiones, como lanzar drones o bombas, que deben tomar los humanos”. Entre otras cosas porque alguien debe tener la responsabilidad legal y ética sobre ellas.

Del lado de lo más imprevisible y por ello menos automatizable caen ámbitos como el empleo, donde según la autora seguirá habiendo multitud de oportunidades frente a la automatización, ante las necesidades que este proceso irá creando. Pero también el tiempo y la naturaleza seguirán siendo imprevisibles, así como la administración de Justicia, que requiere un fuerte desempeño ético o la verdad. El avance la desinformación y la mentira como amenaza a la democracia requieren también soluciones humanas.

La estupidez y el humor, elementos humanizadores

Pero si hay dos ámbitos exclusivos del ser humano y vetados a las máquinas esos son la estupidez y el humor. “Sólo los humanos tenemos el lujo evolutivo de poder actuar de forma estúpida de vez en cuando e ir contra de nuestros intereses sin haber extinguido la especie”, señala la autora.  “Cometemos errores una y otra vez. Errores que una máquina podría evitar probablemente podría evitar si la programáramos para ello”.

Además, “tenemos la infinita capacidad de inventarnos nuevos problemas y necesidades” cuando ya tenemos los nuestros solucionados”. Y ahí nos distinguimos de las máquinas: “Los robots no pueden entender el comportamiento irracional”. “La estupidez natural es un mayor peligro para la humanidad que la inteligencia artificial”, asegura. Pero también desconcierta a las máquinas y porque nos permite ser totalmente imprevisibles”.

De ahí que si un día hay que luchar contra robots o máquinas que quieren conquistar el mundo -algo que la autora considera imposible porque las máquinas carecen de ambición- la estupidez y el humor estarían entre las mejores armas para hacerlo, ironiza la autora. Porque el humor también entra dentro de los ámbitos de lo imprevisible y de lo humano y los intentos de enseñar humor a la inteligencia artificial han resultado desastrosos. “Las máquinas no podrán dominarnos porque carecen de sentido del humor.  El día que las máquinas se rebelen, la ironía será nuestra salvación”.

Por un humanismo tecnológico

El humor que rezuma la autora no es si no un alegado a la privacidad de datos y sobre todo a un humanismo tecnológico que ayude a marcar los límites y a poner en el centro lo humano. “La pregunta central del siglo XXI será qué es lo que la tecnología puede controlar, qué debe y dónde tenemos que poner a los humanos en la era de los algoritmos, que es en el centro. No basta con que la máquina sea capaz de hacer algo, tenemos que preguntarnos si queremos que lo haga. Hay que ver qué tareas le queremos dejar a las máquinas, no quedarnos los humanos con los restos”.

Pese a las continuas disyuntivas que nos plantean los avances tecnológicos y los cambios que ya son realidad y los que se avecinan, García Aller se muestra esperanzada. “Soy muy optimista en lo tecnológico. La tecnología ha permitido a lo largo de la historia aumentar la calidad de vida de una manera increíble en los trabajos cada vez menos penosos que hay que hacer, mientras la medicina cada vez salva más vidas. La innovación plantea enormes ventajas”, asegura. Eso sí, siempre que los humanos no renuncien a su responsabilidad moral y a la gobernanza de los datos y de esas tecnologías. “Gestionar esa tecnología es tarea humana y establecer las prioridades también”. De ahí que en lo político se muestre algo más pesimista: “Si hubiéramos invertido más en prevenir pandemias que en tecnología para hacer selfies de alta definición, probablemente estaríamos mejores condiciones para afrontar los desafíos de 2021”.