Revista Humanizar

Inmigracion: otra mirada

Número 113, Noviembre-Diciembre 2010

¿De qué color es la piel de Dios?

¿Cuántos kilómetros hay hasta España? Un joven maestro de una escuelita perdida en el África profunda me preguntó: “¿Cuántos kilómetros hay hasta España?”. “Unos dos mil”, respondí calculando a ojo de buen cubero. “Andando, puedo llegar en un año”, me respondió.
Por Julián del Olmo, director de Pueblo de Dios TVE
En su país apenas gana un dólar al día y se siente un privilegiado porque la mayoría de los africanos gana mucho menos. A nadie puede sorprender que los más decididos pongan pies en polvorosa con dirección a Europa donde, comparativamente con África, los pobres son de clase media. Después de una travesía de alto riesgo por tierra o por mar, trapicheando con las mafias y la policía, algunos consiguen llegar a Marruecos y otros perecen en el camino. Los supervivientes tienen que afrontar la prueba final del paso de Estrecho, cada vez más estrecho hasta el punto que es prácticamente imposible de franquear. Europa –y España– han blindado sus puertas, sus puertos y sus aeropuertos para que nadie “extraño” se cuele de rondón.
¿Cómo le va a su hijo en el extranjero? Ahmad es mauritano. Vivía en el desierto del Sáhara y hace unos meses tomó el camino de la emigración. Valiéndose de mil artimañas consiguió llegar a Madrid.
“¿Cómo le va a su hijo en España?”, pregunto a su madre mientras grabamos para el programa Pueblo de Dios de TVE el ritual de la preparación del té en la jaima que nos protege del sol vertical que se desploma sin piedad. “Muy bien”, me responde. Y razona la respuesta: “Cuando llama por teléfono dice que no le falta comida ni ropa para vestir y además, de vez en cuando, nos envía treinta euros a la familia”. Ahmad vive de las propinas que le dan los conductores por buscarles un hueco para aparcar el coche en las inmediaciones de un hospital madrileño, come y duerme en los albergues de la ciudad. En Mauritania pastoreaba por el desierto dos camellas y media docena de cabras.
Julia, Yusi y Janette Yusi y Janette cuidaron a mi madre en la recta final de su vida. Yusi es brasileña y Janette, boliviana. La trataron con mucha paciencia, delicadeza y cariño. Confidenciaban entre ellas y se daban consejos mutuamente. Mi madre les hablaba de España y de los españoles y ellas le contaban como eran sus países y sus costumbres.
Mi madre no era tan letrada como para saber de teorías sobre “acogida” e “integración” de los inmigrantes pero ella las practicaba basándose en principios de humanidad y caridad cristiana. “Los pobres –decía– dejan su país y su familia que es lo que uno más quiere en el mundo para venir a ayudarnos, ¿cómo no los vamos a tratar bien? Tenemos que ponernos en su lugar y pensar cómo nos gustaría que nos tratasen a nosotros”. Cuando murió la abuela Julia, Yusi y Janette lloraron amargamente. El racismo es cosa de mayores
El colegio María Inmaculada de las Hijas de la Caridad, en el corazón de Madrid, es un mosaico de razas y culturas. Tiene 900 alumnos: el 40% son hijos de inmigrantes y, aunque predominan los latinoamericanos, también hay rumanos, rusos, filipinos, marroquíes… Más de treinta culturas conviven en las aulas y lejos de empobrecer la enseñanza, la enriquecen.
Sor Pilar, la directora, dice que «el colegio tiene vocación de acogida a todos los niños y niñas que llamen a su puerta; aquí no hay problemas de convivencia y la integración de los hijos de inmigrantes es muy buena porque aquí nadie se siente discriminado por raza, cultura o religión». Está visto que el racismo y la xenofobia son cosas de mayores.

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