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A las duras y a las maduras

Que no se me enfaden los liturgistas pero, por ganar tiempo y por simplificar, a lo mejor no era malo cambiar lo de “en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad”, por la fórmula rápida que propongo en el título y que abarca suficientemente todos los cas

Por José de Lucas, escritor.

O ponernos al día sustituyendo la primera disyuntiva por “en la bonanza económica y en la crisis mundial”. Se dice en todas las tertulias de la tele y de la radio que, con el número de parados que tenemos en España, y con la cantidad de unidades familiares que tienen cero ingresos, la situación social debería haber explotado hace tiempo.

Y si no ha ocurrido, sólo caben dos soportes (que no son excluyentes): el trabajo sumergido y los apoyos de la familia extensa (y las acciones de instituciones de verdadera caridad).

Va a ocurrir que cuando dijimos “sí, quiero” ante el altar al preguntarnos nuestra pareja, “¿me querrás en la prosperidad y en la adversidad?”, pues resulta que iba en serio, y que ahora hay que aplicarlo.

Pero no quiero verlo solamente como un compromiso entre los dos contrayentes, que eso parece de lógica aplastante, sino como la definición de un estilo de vida para todos los miembros de la familia, una vez que los hijos se van incorporando a la vida comunitaria. Y que también debe contemplar, como antes comentaba, a la familia extensa.

O sea, que aunque ellos no se comprometieron a nada, porque ni siquiera estaban allí, los hijos deben ser educados por sus padres en el cumplimiento del breve contrato que los progenitores firmaron.

Mira por dónde, la estructura del matrimonio, tan atacado en diversos frentes, tiene las bases de un comportamiento solidario que trasciende, debería trascender, el reducido ámbito de la vida del hogar.

Porque cuando estamos en “las maduras”, todo es vida y dulzura, y cada quien puede dedicarse a saborear las mieles de la vida más o menos en solitario o en pequeños grupos (aunque sin olvidar que nunca hay miel para todos, o que la repartimos mal).

Pero cuando la escasez aprieta, tiene todo el sentido el que las cláusulas matrimoniales que venimos citando, vayan más allá del pequeño círculo, y se conviertan en lema general de la sociedad.

En cuanto a lo de “en la salud y en la enfermedad”, quiero hacer hoy un apunte un poco más optimista. Desde esta revista se hacen permanentemente cantos a la importancia del apoyo familiar (también extenso y no sólo nuclear) cuando alguno de sus miembros entra en la enfermedad.

Hoy quiero hacer el canto a la participación de toda la familia en la buena noticia de los momentos de salud; fácilmente podemos pasar por ellos como por una rutina, y no darnos cuenta, hasta que falta, de la bendición que es el que estemos todos juntos en el simple, y ojalá que cotidiano, bienestar.

No sé si existe, pero si no, los liturgistas tendrían trabajo en preparar una “Celebración Familiar de la Salud”.

Una nueva profesión

En realidad no es nueva, sino tan antigua como la vida misma; lo que pasa es que por diversas circunstancias ha vuelto a adquirir gran auge.

Me refiero a la aportación de los abuelos en la organización cotidiana de la vida de sus hijos, mediante el cuidado de los nietos.

Con lo de la crisis está habiendo cambios en el escenario, pero de momento, entre los parámetros de los últimos años hay que apuntar, por ejemplo, que los abuelos vivimos más años que en generaciones anteriores, y con mejores prestaciones de la máquina.

Que el alto número de prejubilaciones habidas en los últimos decenios (y que parece que ya se acaban), ha sacado un gran número de participantes del trabajo por cuenta ajena, pasándolos a la modalidad de trabajo por cuenta familiar.

Que la necesidad económica del trabajo de ambos cónyuges deja huecos organizativos en el funcionamiento cotidiano.

O sea, la familia.